Para garantizar la seguridad alimentaria, si dudamos sobre si un alimento se encuentra o no en buen estado, debemos realizar algunas comprobaciones para descartar algún deterioro en el mismo.
En el caso del jamón ibérico, lo más habitual es que comience a deteriorarse una vez abierto, tanto en la propia pata de jamón como si está envasado.
Un jamón en buen estado debe tener un color uniforme, rosado o rojo, dependiendo del tipo de jamón. Si observas tonalidades verdes, azules o moho, no consumas el producto.
La textura debe ser firme pero flexible. Si al presionar la superficie notas zonas blandas o pegajosas, podría ser una señal de deterioro.
Un jamón fresco debe tener un aroma característico y agradable. Si notas un olor desagradable, agrio o rancio, es probable que el jamón esté en mal estado.
Si encuentras moho en la superficie del jamón, es una clara señal de que está en mal estado. Incluso si el moho está solo en una pequeña área, es mejor desechar todo el jamón, ya que el moho puede haberse propagado por todo el producto.
Cuando una pieza tiene más grasa de la habitual puede denotar lipólisis. Lo más aconsejable es no consumir el jamón.
Por último, pero no menos importante, el sabor del jamón en mal estado suele ser anormal. Si notas un sabor amargo, ácido o simplemente desagradable, es mejor no consumirlo.
Desde Jamonarea recomendamos no consumir ninguna pieza de jamón iberico o paletilla si se tienen dudas sobre su estado de conservación para evitar problemas de salud.